La exactitud del miedo
- Francisco Vallenilla

- hace 4 días
- 2 Min. de lectura
300 palabras sobre Gente en el tiempo, de Massimo Bontempelli

“Al fin y al cabo, ninguno de ustedes morirá viejo”. Dirce y Nora eran apenas unas niñas cuando escucharon a su abuela esas palabras que las estremecieron de miedo, aunque no llegaran a comprender por qué las incluía a ellas. La Gran Vieja los había hecho llamar porque sabía que ese día de 1900 iba a morir. Su hijo, Silvano, su sobrina y nuera, Vittoria, las dos niñas, el sacerdote, el notario y el médico, todos estaban en la habitación donde partía la mujer que rigió sin concesiones las vidas de sus únicos familiares y ahora parecía querer decidir sus muertes. Dirce contaba nueve años y su hermana ocho, y después de aquella escena terrible no pensaron más en el aciago vaticinio. Sin la presencia autoritaria, el aire de la casa se renovó y ellas volvieron a los juegos en el jardín y a lo natural a su edad: ver el futuro como el lienzo inmutable donde pintar todos sus posibles. Silvano fue el siguiente en fenecer, seguido por Vittoria, y con esta última muerte se agrietó en ambas la despreocupación adolescente ante el hecho incontestable de la finitud y la capa infantil, más profunda, que había sepultado por una década el oscuro destino predicho por la Gran Vieja. Podrían haber seguido adelante, distrayéndose como tantos otros con los ruidos del mundo, si no hubiesen sabido que había una cadencia, descubierta por un ocioso erudito del pueblo, para el fin inexorable de los miembros de la familia Medici. Con precisión aterradora, murieron un tío que les era desconocido y el hijo de Nora: imposible conjurar la fatídica exactitud de sus vidas. Con la lectura de Gente en el tiempo (1937), de Massimo Bontempelli, piensa uno en que nadie está preparado para conocer el orden que subyace a la caótica realidad.






