Corrección de pruebas
- Francisco Vallenilla

- 17 oct
- 2 Min. de lectura
300 palabras sobre Monterosso mon amour, de Ilja Leonard Pfeijffer

A Carmen le apasiona la literatura porque le permite vivir más que una única vida y apreciar, con nitidez, las aguas profundas de las emociones humanas; también, porque en las novelas encuentra orden y significados ausentes en la caótica e informe realidad. Le gustan las historias sin finales abiertos, que llegan a su término de manera lógica, pues le basta el andar cotidiano para toparse con la desalentadora arbitrariedad de la existencia y la seguidilla de hechos y acciones conducentes a nada. Casada con un diplomático jubilado y encargada de actos culturales en la biblioteca pública de su ciudad, Carmen ya cuenta con edad suficiente para decirse las cosas más duras y admite, sin eufemismos, que no tiene ninguna experiencia digna de ser contada. Sin embargo, como si su primer beso, durante unas vacaciones de verano con sus padres en Monterosso, escapara del recuento de sus vivencias anodinas, ahora se halla en esa localidad italiana para cumplir el formalismo literario de cerrar una historia: la de una muchacha que, de la mano de Antonio, paseaba por una playa de sombrillas amarillas, tomaba té helado y exploraba, como en un sueño, el fondo marino. Ha viajado sola y sin la expectativa de reencontrarse con el muchacho que hacía clavados desde las rocas; se habrá mudado o estará muerto. Para cumplir su promesa, ella no necesita testigos y tampoco que su regreso tenga un fin práctico: “… ¿no es cierto que todo lo que tiene auténtico valor en esta vida carece de utilidad?”. Comparto las razones de Carmen para ser lectora y al personaje de Monterosso mon amour (2022), de Ilja Leonard Pfeijffer, me gustaría decirle que la literatura tiene sobre lo vivido otra ventaja, anotada en “Porque ella no lo pidió”, de Enrique Vila-Matas: que se puede volver atrás y corregir.






