Soledumbre
- Francisco Vallenilla

- 26 jul
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 13 oct
300 palabras sobre La soledad era esto, de Juan José Millás

En la Madrid de principios de los noventa, Elena es una mujer cuarentona que sufre un confinamiento invisible. Un marido indiferente, una hija que la desprecia, el afecto distante de dos hermanos y la reciente muerte de su madre configuran su insularidad. Casi no sale de su apartamento, donde fuma hachís, bebe whisky y pasa ratos sentada en la butaca que heredó de su mamá junto con un reloj de péndulo. Una mujer sola y aburrida que sale a la calle para esquivar el agobio doméstico, como la describe un observador externo, ignorante de las mareas que la angustian y la hacen sentir lejos, de los otros y de ella misma. No es solo un sentimiento, es también malestar físico: sufre desmayos y en sus intestinos se mueve un bulto extraño que se resiste a ser expulsado. Varios años antes de que se le considere el mal del siglo XXI, Elena ilustra un caso típico de soledad no deseada. Puede ser tan perjudicial para la salud como fumar quince cigarrillos al día, según la comparación usual en las notas periodísticas; alguien que se siente solo suele estar más angustiado, deprimido y hostil que el común de las personas, así como menos dispuesto a realizar actividades físicas, de acuerdo con psicólogos y neurocientíficos. La Elena de La soledad era esto (1990), de Juan José Millás, siente miedo, ansiedad, desgana y vértigo, pero también optimismo sobre su futuro, aunque de momento no sabe qué hará una vez que haya asido sus riendas. Es un estado de confusión que otro escritor español, Juan Gómez Bárcena (Mapa de soledades, 2024), ha descrito recurriendo a un término en desuso: “La soledumbre, esa particular sensación de estar flotando en un magma de seres humanos que no saben quiénes somos, puede ser un camino para la emancipación”.






